top of page

El enoturismo como slow tourism

  • Foto del escritor: Cocó Malbec
    Cocó Malbec
  • 12 jun
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 24 jun


El movimiento “slow” aplicado al campo social apareció hace más de treinta años (1986) cuando el italiano Carlo Petrini fundó el movimiento Slow Food. En un contexto de proliferación y auge del modelo fast food en Europa, Petrini defendía un modelo de alimentación que privilegiara los sistemas de producción local frente al modelo de estandarización de los alimentos propuesto por las cadenas de comida rápida, los supermercados y la agroindustria que simbolizaban, en cierta medida, un crecimiento masivo y agresivo, así como un ritmo de vida estresado. El movimiento defiende la idea de que los alimentos deben ser buenos, limpios y justos; además, estos son vistos como fuente de cultura y ocio. Se trata, en suma, de combinar placer, responsabilidad y sostenibilidad [1].


Una década después de la aparición de este movimiento apareció el concepto slow city [2] que buscaba incorporar la filosofía del slow food al diseño y planificación urbanos. El acelerado proceso de industrialización y mecanización del siglo XX ha generado no pocos problemas en nuestras ciudades; entre otros, contaminación medioambiental y acústica, crecimiento espacial desequilibrado, aparición de áreas socialmente excluidas y con fuertes problemas sociales, etc. Eso ha provocado que los parámetros de habitabilidad hayan comenzado a ser cuestionados. En ese contexto, el movimiento slow cities apuesta por modelos de crecimiento urbano sostenible que privilegian la diversidad y la mezcla social, así como la preservación de la autenticidad.

 

Un tercer paso en este proceso fue la aparición, a principios de la década de los años 2000, del concepto slow tourism. Como casi todos los conceptos que dan nombre a prácticas sociales complejas dentro de sociedades plurales, el término ha estado sujeto a múltiples discusiones y aún hoy no existe una definición que suscite un consenso amplio [3]. A pesar de todo, la mayor parte de las investigaciones sobre este fenómeno apuntan a tres elementos esenciales presentes en este movimiento: la reducción de la huella de carbono, la conexión con el territorio y el aumento del bienestar. Pese a las controversias, una buena parte los trabajos vinculados al slow tourism inciden en que éste está directamente asociado al turismo sostenible, que se practica a ritmo reducido. Frente al turismo de masas, intensivo y de gran impacto sobre el medio ambiente, el turismo lento busca reducir esa huella privilegiando los desplazamientos en medios de transporte menos contaminantes. Se trata -una vez más- de fusionar placer y responsabilidad. Lejos de los viajes masivos, marcados por las visitas “obligadas” y la presión de los horarios, el turismo lento apuesta por disfrutar holísticamente de los destinos de manera relajada.

 

La aparición del virus COVID-19 tuvo un impacto determinante en el turismo ya que éste fue uno de los sectores económicos más afectados. Si bien es cierto que la recuperación es innegable, no es menos cierto que la pandemia ha traído consigo numerosos cambios en las prácticas turísticas: ahora, muchos turistas privilegian los destinos de proximidad y valoran mucho más el turismo rural y las experiencias al aire libre. Además, la crisis provocó también que una buena parte de los turistas apuesten por destinos más “auténticos” y muestren una mayor preocupación por cuestiones como la sostenibilidad y por generar impactos positivos en las comunidades locales.

 

No es extraño pues que, en el contexto de post-pandemia, el slow tourism esté adquiriendo una creciente importancia ya que se trata de un turismo particularmente centrado en lo local, que valora especialmente los aspectos culturales, que se preocupa por el medio ambiente y la huella en el espacio natural, y que da una importancia particular a la calidad de la experiencia y a cuestiones como la autenticidad. Finalmente, el turista slow crea conexiones significativas con la gente local, con los lugares que recorre, con el patrimonio cultural y natural y, claro está, con la comida [4].

 

Por otro lado, Icaza y Cañada (2022) han señalado que vincular el turismo gastronómico a la filosofía del slow tourism puede “ayudar a dar a conocer la producción alimentaria y la gastronomía de determinados territorios” y, al tiempo “contribuir a estimular la agricultura local a la vez que ayuda a conservar y revalorizar la cultura de aquel lugar” lo que sin duda puede ayudar a generar “un  sentimiento  de  apropiación  territorial  y cultural que contribuye a preservar la identidad de un territorio en un contexto de globalización y homogeneización”[5].

 

Esto es especialmente evidente en el caso del enoturismo. El vino es, por definición, un producto “lento”: primero, porque las vides necesitan años para dar fruto y, después, porque el propio proceso de producción está marcado por un ritmo pausado que no puede acelerarse. Esa “lentitud” caracteriza, por ejemplo, la producción de los Reservas y Gran Reservas, cuya elaboración está íntimamente ligada al paso del tiempo. Además, la vitivinicultura constituye -en sí misma- un arte que, en el caso de ciertos territorios, se remonta a la Antigüedad; un savoir faire de larga duración transmitido de unas generaciones a otras. Vincular el enoturismo al slow tourism permite no sólo poner en valor y dar continuidad a tradiciones y conocimientos existentes en las comunidades locales desde tiempo inmemorial sino apostar por disfrutar pausadamente de los destinos de manera relajada a partir de un producto que lleva, en sí mismo, la marca de la pausa, la calma y la paciencia.

 


[1] El movimiento tiene su sede en la ciudad italiana de Bra y tiene como símbolo un caracol. La red está presente en 160 países y cuenta con más de 100.000 miembros. Sobre este movimiento véase Andrews, Geoff (2008). The Slow Food Story: Politics and Pleasure. London: Pluto Press.

[2] Sobre las slow cities véase Miele, Mara (2013). CittàSlow: la lentitud para construir una ciudad sostenible. Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, 122, 13-24.

[3] Sobre esta cuestión véase Serdane, Z., Maccarrone-Eaglen, A. & Sharifi, S. (2020) Conceptualising slow tourism: a perspective from Latvia, Tourism Recreation Research, 45 (3), 337-350.

[4] Sobre el turismo lento véase, entre otros, Guiver, J. & McGrath, P. (2016). Slow tourism: Exploring the discourses. Dos Algarves: A Multidisciplinary e-Journal, 27, 11-34. DOI 10.18089/DAMeJ.2016.27.1 Obtenido de https://www.dosalgarves.com/rev/N27/2rev27.pdf y Jitendra, S., Siddharth, K., & Vishvanath, S. (2023). Exploring the dimensions of slow tourism. Academy of Entrepreneurship Journal, 29 (2), 1-8. Obtenido de  https://www.abacademies.org/articles/Exploring-the-dimensions-of-slow-tourism-1528-2686-29-2-109.pdf

[5] Izcara, C. & Cañada, E. (2022). Slow tourism, ¿una apuesta para la transformación del turismo? Sociedade et Território, 34 (1), 159-176. DOI 10.21680/2177-8396.2022v34n1ID27975 Obtenido de

Es importante señalar que, en su trabajo, los autores señalan también las contradicciones y los límites de esta propuesta.

 
 
 

Commentaires


  • Instagram
  • LinkedIn

© Cocó Malbec (textos e imágenes)

bottom of page